¿Sabes que nadie sale ileso en esta vida?…
¿Es demasiado pedir lo que necesitas?
Y qué tal si pides y nadie te da, nadie te entiende.
Si tu último recurso para pedir es azotar tu cabeza contra el concreto.
Tu lesión es psicológica. ¿Quién te lastimó el pensamiento?
O si tu último recuso es soltar un alarido ahogado en una garganta anárquica que terminará por no decir lo que quieres.
Tu lesión es física. ¿Quién te quitó el control de tu única posesión, tu cuerpo?
Pero a veces, de la nada llegan ángeles. Seres de luz que te dan su mano, una sonrisa, un revista.
Seres que vienen a ofrecerte lo que tienen con tal de darte un momento, un alivio.
Pensé que yo era tu ser de luz. Venía yo tan brillante a cobijarte, a hacerte un bien.
Pero cuando quise serlo… no pude. Resultó evidente mi discapacidad, esa que me había esforzado tanto en ocultar.
No podía querer sin una razón.
Las razones deciden a quien debo querer y a quien no. Y cuando decidía poder querer, las razones controlan que no debo demostrarlo tanto. La razón dice: Solo debes querer a quien es prudente querer.
Mi lesión es emocional. ¿Quién se llevó mi capacidad de amar sin condiciones ni prejuicios?
Y llegaste tú de la nada. Y con tu abrazo y tu atención… con tu mirada, te convertiste en mi ser de luz. Me diste un momento, un alivio.
A ti que te han dado tan poco me diste tanto. Me diste lo que necesitaba sin que yo te lo tuviera que pedir.
Me diste mi revista.
¿Sabes que nadie sale ileso en esta vida?
Tú lo sabes. Ahora yo lo sé. Pero mientras yo nunca olvide hacer por los demás lo que tu hiciste por mí, este puede ser aún un buen lugar para vivir.
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