Viaje a la Ciudad de México

Platicando con aquella sorprendente mujer a la que le robé un beso tan inocente como solo puede serlo cuando no se espera ninguna reciprocidad, recordé lo intenso que fue vivir esa semana junto a ella. Cuánto crecí, cuanto aprendí, cuánto sentí. Ella tenía 22 y yo 20, ella vivía en California y yo en la ciudad de México, ella estaba por comerse al mundo y yo… bueno, yo entendí que la libertad se lleva dentro y que solo en la libertad nacen las cosas que pueden llamarse realmente auténticas en el corazón y en la mente.

Ahora, casi 9 años después, ella me escribe desde Argentina, lugar dónde la ha llevado su búsqueda y me hace reflexionar en los “y si hubiera” que siempre son inevitables de pensar. Y como es natural yo no tengo ninguna conclusión a esas reflexiones. Solo tengo la esperanza de que los futuros caminos nos pongan de nuevo en el mismo lugar, solo tengo ilusión de que si esos caminos nos ponen nuevamente juntos, nuevas cosas aprenderé a su lado.

Hace 9 años, este fue el comienzo de nuestra historia:

Tenía 20 años de vivir en la Ciudad de México cuando llegó a mi la oportunidad de viajar a uno de los lugares más sorprendentes que haya yo conocido. Ese día comenzó con la incertidumbre tan humana hacia el futuro, la expectativa de ver acercarse propios anhelos, la certeza de que al llegar esa noche no volvería a mirar hacia atrás de la misma manera. La cita estaba hecha y establecido el horario, llegué a la Central de Autobuses Foráneos del Norte de la Ciudad de México, los destinos de las diferentes líneas de autobuses, tan variados, sugerían destinos de naturaleza azarosa e impredecible en la vida de aquel que dispusiera de los servicios. Pero yo buscaba la puerta 4, esa era mi puerta, por ahí cruzaría mi futuro cercano; tras un par de interrogativas de parte de mis ojos hacia los letreros serviciales del lugar, localicé mi objetivo. Me paré frente al gran número que me indicaba gustoso que el lugar era el correcto, y para hacer doble mi satisfacción busqué la aprobación de mi reloj, este último estaba en desacuerdo, y a pesar de que conciliar ambas aprobaciones solo consistía esperar los 30 minutos que había llegado antes, no dejó de producirme el disgusto proveniente de tener que convivir con mi impaciencia la siguiente media hora de mi vida. Decidí pasar al baño, me mojé la cara y me encontré frente a mí en el espejo, por un momento me dio la sensación de estar viviendo la vida de alguien más; tras secármelas, por puro ocio, mis manos fueron a dar al encendedor que traía conmigo, y surgió la tentación fumar un cigarro que disipara mis nervios, nuevamente me alcanzó la idea de vivir la vida de alguien mas ya que la única vez que he fumado en mi vida fue un puro Cubano y fue por el puro placer de conmemorar el haberlo traído personalmente de su lugar de origen. Salí de aquella escena del crimen, donde con toda alevosía y ventaja, había asesinado cuantos minutos de mí vida me fue posible, y fui a buscar nuevamente el número que aprobaba mi lugar correcto; al pararme ahí lo que me restó solo fue esperar. Cinco minutos antes de la hora pactada llegó uno de mis compañeros de viaje, el cual aún me era un desconocido ya que aunque había tenido pláticas con él a través del éter del ciberespacio, solamente lo había visto una vez y aunque en aquella ocasión platicamos un largo rato acerca de nuestras expectativas futuras, los cimientos de una confianza plena estaban aún lejos de plantarse. Sin embargo la naturaleza humana es compleja y el espontáneo sentimiento de solidaridad nacido de compartir un evento tan trascendente hizo más cálida nuestra efímera convivencia.
Al fin mi reloj se condescendió de mí y me indicó que la hora acordada había llegado y esperanzado alcé mi cabeza y busqué el autobús indicado, pero al parecer aunque mis únicas referencias me indicaban que estaba en el lugar y momento justo, parecía que mi destino se divertía viéndome intentar entender la incongruencia de la situación, ¿sería acaso que me esperaba un descalabro emocional de la talla de mi ilusión acumulada hasta ese momento? Pero tan sencillo es que el destino permita que sucedan descalabros emocionales por doquier en todo momento, como sencillo es que no lo permita, y que brinde la oportunidad de sentir emociones tan intensas como la que viví cuando vi arribar el camión y vi descender a mi compañera de este viaje que iba a comenzar, un viaje a mi natal Ciudad de México, ciudad en la que había vivido por 20 años y que iba a ver como nunca la había visto a través de sus ojos, de sus bellos y profundos ojos.

Vittoria, mio core

Anoche, en ese salón repleto de personas y sus barullos, estábamos solamente… el músico en el escenario, su instrumento y yo.

No existía nada más.

Hubo una comunicación íntima. Cada músico que subió al escenario me contó su historia; de un extremo al otro de la habitación me susurró al oído. Y yo lo escuché todo.

Me hablaron acerca de amor y odio, me hablaron acerca de miedo y esperanza, me hablaron acerca de crecer y morir.

Y al mismo tiempo que el músico hacía vibrar su instrumento musical reproduciendo notas imaginadas en otro tiempo y en otro lugar… al mismo tiempo hacía vibrar su instrumento emocional (yo) y me hacía reproducir sentimientos nacidos en otro espacio y en otro momento.

Y al final, cuando todos los temas parecían haber sido agotados ya, se presentó “K”, y haciendo vibrar su instrumento musical me hizo reproducir sentimientos tan intensos como auténticos: ORGULLO y GRATITUD.

Orgullo de poder decir: “ese gran ser humano que está ahí, haciendo vibrar a todo un salón repleto de personas callando con su talento sus barullos… es mi amiga”.

Y gratitud al poder saber, que así como “K” lo consigue con su propio talento, todas y todos mis amigas y amigos con sus talentos propios, al compartir sus vidas conmigo, me hacen también como ellos… un mejor ser humano.

 

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